Está en mi corazón intentar explicarte mi viaje de cómo fue ir de un gran momento de aflicción en mi matrimonio hasta ver la luz.
“Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.”
2 Corintios 4:17-18
Este fue el primer versículo que escribí, no entendía nada, pero lo único a lo que me aferré es que la aflicción que estaba pasando era leve (definitivamente no se sentía leve y mucho menos podía entender comparado con qué situación esto era leve) y era momentánea (me repetía una y otra vez que esto pasaría).
No se si alguna vez te has sentido así:
Dios es bueno y me dio ese versículo cuando yo creía en Él, pero no lo conocía, en mi momento más oscuro me dio una palabra de aliento, sin entender aún nada solo pude decirle:
-Si tú dices que es leve, así es, si tú dices que es momentáneo, así es. ¡Haz algo! ¡Haz algo y ayúdame! Ayúdame que yo solo siento que muero, ¡Ayúdame y te prometo que nunca me alejaré de ti! –
No sabía cómo acercarme a Dios, pero no había opción, no tenía a nadie más a quien ir y tal vez si había personas a quien me pude haber acercado, pero en mi ser solo sentía que Él era la única persona que podía hacer algo al respecto.
Mi matrimonio se colapsaba al mismo tiempo que perdí un embarazo. Realmente estaba mal, me sentía sola sin mi esposo pasando por esto, sola intentando aparentar ser fuerte para mis dos hijos que no podían ver que su mamá se desmoronaba y quería morir. Veía la desesperación de mi madre que intentaba mantenerme viva y mi corazón a pesar de eso no tenía intención de seguir.
Hoy, después de casi 3 años tiene sentido lo que continúa del versículo que dice “nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación”
Dios me cambió. Creó en mi una mujer nueva que no es tan nueva, y espero poder explicar esto. Transformó en mí todo lo que la vida hizo que yo fuera como era. Mi carácter, mis sentimientos, mi forma de hablar, mi esencia y toda yo era la consecuencia de todo lo que había vivido, de malas decisiones que había tomado, acciones que me llevaron a ser la mujer que era, pero no era la mujer que Dios quería que fuera.
Así que la mujer que yo era en ese momento, no era la mujer que yo quería ser, ni la mujer que Dios tenía pensado que fuera, ¡solo que no lo sabía!
Te invito a dejarte guiar por Dios para que sea Él quien te sane, sin importar lo que pases en este momento en tu matrimonio para Dios no hay imposible, dale la oportunidad de trabajar en ti y por ti. Él te ama y te prometo que en sus manos todo va a estar bien.
Lo que la palabra nos aconseja es:
“No estás sola, Dios está contigo y por ti, Él lucha por tu familia.”
Lucas 1:37