Por: Paola Navarrete
¿Alguna vez te has cuestionado lo que eres o lo que tienes, y has puesto tu mirada en las bendiciones y propósitos de otras personas? Déjame decirte que yo soy la primera en decirte que ¡Sí!
Por algún tiempo me preguntaba, cuál era mi llamado y hacía donde iba mi propósito. Miraba a muchas otras mujeres que avanzaban y eran plenas, me comparaba en el físico, en la forma de vestir, en fin, sólo en lo superficial.
Eso me provocó tristeza, inseguridad, ansiedad, y no me daba cuenta que le estaba dando poder al enemigo para sembrar en mi corazón raíces de amargura.
Hebreos 12:2 nos habla de que fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, este versículo hizo que mis ojos pudieran ver con claridad a Cristo y mi mirada estuviera en lo alto y eterno.
¿Qué sucede cuando quitamos la mirada de Cristo?
Cuando desviamos nuestra mirada, nos desviamos del propósito y menospreciamos lo que Dios tiene para nosotras. Olvidamos las promesas y palabras con la cual fuimos creadas, dejamos que vaya disminuyendo nuestra fe en Jesús.
El foco de atención será alcanzar lo que nosotros queremos y no lo que Dios quiere para nosotras.
“Pues todos los demás buscan sus propios intereses y no los de Jesucristo”
Filipenses 2:21.
Todo lo del Padre se vuelve una carga y perdemos la comunión con Él, y lo peor, nos volvemos esclavos de nuestra forma de pensar y actuar, lo que al pasar el tiempo nos llevará a nuestra muerte espiritual.
Llegamos al punto de convertirnos en personas amargadas, resentidas y frías. Criticando todo y a todo aquel que se nos cruce por delante. Porque no tenemos un rumbo claro, una meta definida, debido a que Dios no está respaldando nada de lo que yo quiero alcanzar, ¡porque eso no es mío!
Me obsesioné tanto en alcanzar lo que era de otra persona, que me cansé sin obtener ¡absolutamente nada!
Cuando nos damos cuenta que estamos mal, es porque ya estamos en lo profundo del pozo de la desesperación, lamentación, y la murmuración se volvió algo habitual en nosotras. Qué triste es haber llegado a este punto, sin darnos cuenta que no fuimos capaz de valorar y ver con los ojos de Dios, lo valiosas que somos para Él.
Amiga, yo estuve ciega por mucho tiempo anhelando lo que no era mío, deseando tener simplemente el reconocimiento y aceptación de mi entorno. Pero el inmenso e infinito amor del padre rasgó el velo que estaba en mí, para hacerme entender que Cristo es el centro de mi vida, que Él es nuestro aliado, nuestra guía.
Él es quien pelea mis batallas, el que intercede por mí cada día, el que me da la fortaleza en mis momentos de debilidad, el que con ternura susurra mi nombre, y me dice que no estoy sola y que soy la niña de sus ojos.
Vuelve la mirada a Cristo, y podrás ver con claridad el bello y hermoso propósito que tienes. Fuimos diseñadas para ser luz, no encandilar con luces extrañas.
Que tu rostro sea el resplandor de Cristo aquí en la tierra.
Lo que la palabra nos aconseja es: «Esto lo hacemos al fijar la mirada en Jesús, el campeón que inicia y perfecciona nuestra fe.»
Hebreos 12:2