¿No te ha sucedido que pasan los días y todo se repite?
Hubo un momento en mi vida, en mi familia que todo se volvió cíclico y cansado.
El trabajo, los niños, la casa, el ejercicio, las amigas, los problemas, el negocio, las peleas, incluso las discusiones que nunca se discutían y solo se dejaban pasar.
Ya sabia cuánto duraría mi rabia o la de él, dos o tres días y nos volvemos a medio hablar, un juguete al niño y me siento mejor por gritar, es fin de mes mejor no hablo seguro viene de malas… tenia todo evento calculado de acuerdo a la reacción de cada miembro de la familia. Y aún así pensaba que nada de eso era malo, todo estaba bien.
Realmente en el fondo sabía que nada está bien y todo era igual, siempre lo mismo. Comencé a sentirme aburrida a veces hasta de mí, buscaba y buscaba cosas que hacer, ¡“reinvéntate” me decían!
El curso, el yoga, nuevos proyectos, nuevos amigos, algo que me diera sentido, que reavivara la chispa dentro de mi. Y después de todo eso, regresé al punto donde comencé.
Después de conocer a Dios entendí que todo eso que pasaba en mi vida aún antes de los “problemas grandes” tenían que ver conmigo, con quien era, con cómo me veía a mi misma, entendí que mi identidad se había cuarteado.
Este versículo afirma nuestra identidad, tú también eres hija de Dios.
“Miren con cuánto amor nos ama nuestro padre que nos llama sus hijos, ¡y eso es lo que somos! Pero la gente de este mundo no reconoce que somos hijos de Dios, porque no lo conocen a Él.”
1 Juan 3:1
Cuando entendí que yo soy hija de Dios, que su amor es el que me da la identidad y no lo que haga, no lo que suceda, no lo que me pasó. Entonces todo dentro de mi cambió, fue como si hubiera unos ojos nuevos en mi y podía ver todo lo que yo no era.
Deje de victimizarme por lo que otros me hicieron, deje de justificarme por lo que yo o alguien más hizo, deje de ocultarme detrás de ser la mamá de alguien, la esposa de alguien.
Se los pondré así: mi mal carácter es porque mis hijos no obedecen, tengo un carácter tan fuerte para sobresalir en el trabajo, me lastimaron tanto que solo intento protegerme, no creo más en las personas todas son unas hipócritas, perdono, pero no olvido, no es justo que yo le hable si él fue quien se equivocó y la lista puede seguir. ¿Te suena familiar?
Deje que mi identidad girara alrededor de los eventos que vivía, mi carácter se moldeó de acuerdo a lo que otros hacían y mi original “yo” quedo sepultada en una serie de justificaciones, transformada por las realidades, me convertí en lo que viví no en quien yo era.
No soy mis problemas, no soy lo que sucede a mi alrededor, no soy mi dolor.
«Soy hija de Dios, amada por Él, imperfecta para el mundo, una vasija en constante creación y en constante mejora en sus manos, soy la más pequeña e insignificante, pero para Dios soy su mejor obra; soy hija, soy hermana, soy esposa, soy madre, soy amiga, soy luz y sal para la gloria de Dios.»
Date la oportunidad de conocer quien realmente eres en Cristo, Dios te va a sorprender con esa nueva persona que siempre ha estado ahí dentro de ti. Esa identidad es la que siempre te hará sentir la felicidad que tanto buscas.
Lo que la palabra nos aconseja es:
“Miren con cuánto amor nos ama nuestro padre que nos llama sus hijos, ¡y eso es lo que somos! Pero la gente de este mundo no reconoce que somos hijos de Dios, porque no lo conocen a Él.”
1 Juan 3:1